Una de las
primeras manifestaciones culturales desarrolladas en la Península Ibérica es
la correspondiente a la civilización de Tartessos.
Siempre se
ha visto la imagen de esta civilización bajo el aura de la leyenda y el mito,
pareciendo más un país de fábula que una realidad histórica.
Lo cierto es que
hoy, avanzados considerablemente los estudios arqueológicos sobre el
particular, sabemos que Tartessos fue en efecto una próspera civilización
autóctona, localizada principalmente en el Bajo Guadalquivir, lugar de una
enorme riqueza agrícola, ganadera y sobre todo minerometalúrgica, que dispuso
además a través del propio río y de su desembocadura, de una vía de
comunicación comercial privilegiada.
Por todo ello no es de extrañar la
prosperidad de este territorio y su fácil y rápido desarrollo cultural.
En una
primera etapa Tartessos es fundamentalmente una civilización autóctona, cuyos
orígenes tal vez se relacionen con la aparición todavía neblinosa de los
llamados Pueblos del Mar, que en su dispersión podrían haber llegado a estos
confines.
De todas
formas ese origen no está claro, y sí que podríamos relacionar el desarrollo
original de este pueblo con la herencia de las culturas megalíticas del SE
español.
Esta primera
fase, más independiente, podría fecharse aproximadamente entre el 1300 y el S.
VIII a.c, y cuenta con un soporte cultural mítico en el que aparecen algunos
reyes relacionados con la propia figura de Hércules, caso deGerión, primer rey
mitológico de Tartessos, aunque tal vez los más conocidos sean Gargoris yHabis,
cuya leyenda establece los orígenes de la estructura económica y social de
Tartessos.
A partir de
ese momento se produce la llegada de los fenicios a las costas mediterráneas,
que como es lógico contactan rápidamente con esta civilización, la más próspera
de la Península, como lo harán también después los griegos.
En este
momento la influencia fenicia, las posibilidades que ofrece su comercio, su
expansión internacional, su moneda y sus posibilidades técnicas más
desarrolladas de explotación, otorgan a Tartessos su periodo de mayor esplendor
y sin duda es esa etapa la que quedaría mitificada en la literatura por su
florecimiento y riqueza.
La meseta del Aljarafe que limita al poniente el valle inferior del Guadalquivir, presenta sobre la vega de Triana un conjunto de pequeñas elevaciones, también llamadas carambolos, que son el resultado de los bordes mas escarpados de la meseta.
Entre dos de estos cerros, el de San Juan de Aznalfarache y el de Santa Brígida, se encuentra situado El Carambolo por antonomasia, a tres kilómetros de Sevilla, dominando el barrio de La Pañoleta, donde se dividen las carreteras a Huelva y a Mérida. Su altitud es de 91 m. sobre el nivel del mar y 60 m. sobre la vega de Triana. Este es precisamente, el enclave de un fastuoso tesoro tartésico e importantes restos de cerámica.
También los griegos arribaron a esta zona y
comerciaron con intensidad durante su última etapa de esplendor, entre los
siglos VII y VI a.c., aunque su ascediente sobre la cultura tartessica será
menor que la fenicia.
De esta fase es de la que habla Herodoto, el
primer historiador que la cita, comentando su prosperidad, bien ilustrada en el
nombre del rey, que según este mismo historiador fue el más importante de este
pueblo, Argantonio, literalmente “hombre de plata”, nombre que vendría a
sugerir esa riqueza legendaria de Tartessos.
Esta fase y
la propia existencia de Tartesos duraría aproximadamente hasta el S. VI a.c, momento
en que la propia decadencia de los fenicios a manos de los cartaginenses en el
Mediterráneo, arrastró también la propia decadencia y crisis de Tartessos.
Está claro por tanto que la civilización
tartéssica como tal se relaciona principalmente con el predomino sobre la zona
de la colinización fenicia.
Lo prueba la
cronología de los restos arqueológicos hallados, así como las representaciones
religiosas que se han encontrado y que se vinculan a los cultos fenicios de sus
dioses: Astarté, Baal, o Melkhart. No en balde una de las colonias fenicias más
antigua y próspera, Gadir, Cádiz, se encontraría en los confines del enclave
tartéssico.
Ocho placas de 9 por 5 centímetros, construidas de forma semejante, con dos láminas de metal algo separadas y unidas por remache. Tienen un peso de 380 gramos.
Sus
manifetaciones artísticas se concentran principalmente en este periodo de
esplendor, en el que se advierte con mayor intensidad la influencia fenicia y
en menor medida griega. Pero a pesar de ello es un arte con personalidad
propia, cuyas mejores expresiones se encuentran en el campo de la orfebrería y
la cerámica.
Ejemplo de
la primera tenemos las joyas realmente magníficas encontradas en el Tesoro
del Carambolo (Sevilla), que hoy comentamos, y de la segunda, piezas como
el Jarro ritual de Valdegamas (Don Benito. Badajoz), o el Jarro del
Museo Lázaro Galdiano (Madrid), de procedencia desconocida, y en este caso
de influencia helenizante.
Dos brazaletes cilíndricos de unos 10 centímetros de altura por 12 de diámetro, con un peso de 550 y 525 gramos respectivamente.
De todos
ellos destaca especialmente el primero, el Tesoro del Carambolo, una de las
muestras de orfebrería más ricas y completas de la arqueología española.
El Tesoro
está formado por 21 piezas de oro (de 24 quilates) de carácter ritual y también
algunos objetos de cerámica. Fueron encontradas de forma totalmente fortuita en
1958, en los alrededores de la Real Sociedad de Tiro de Pichón
de Sevilla, en el municipio de Camas, apenas a 3 Km. de la capital.
Fueron los
trabajadores que participaban en las obras de ampliación del Tiro de Pichón los
que encontraron las piezas de oro, que al principio consideraron meras
imitaciones, por lo que se las repartieron entre ellos, deteriorando incluso
alguna de ellas.
Por fortuna, el hallazgo terminó haciéndose público y ante la envergadura del mismo se realizó un estudio arqueológico en consonancia y se recuperaron las alhajas que se habían quedado los obreros.
Por fortuna, el hallazgo terminó haciéndose público y ante la envergadura del mismo se realizó un estudio arqueológico en consonancia y se recuperaron las alhajas que se habían quedado los obreros.
El resultado
final fue espectacular, por la riqueza del material empleado, oro puro, la perfecta
técnica de orfebrería empleada y la variedad de piezas.
Un collar, con un peso total de 260 gramos, con dos ramas de cadenas cada una de 30 centímetros de longitud, terminadas en una anilla y un travesaño; un pasador pusiforme; 16 pequeñas cadenitas; y, por último, 7 colgantes con aspecto de sello signatario.
Al parecer
están íntimamente ligadas al perodo de dominación fenicio y de hecho se pueden
considerar parte del ajuar empeleado en el sacrificio de animales, en los
rituales devocionales a los dioses fenicios Baal y Astarté, siendo lo más
probable es que se utilizaran para colocarlos sobre estatuas rituales de
animales, toros probablemente.
De hecho en el lugar del hallazgo se
descubrieron restos de un santuario fenicio en el que se han encontrado
dependencias consagradas precisamente a los dos dioses anteriormente
mencionados, así como una estatuilla de carácter votivo de la diosa Astarté.
Dos pectorales en forma de “galápagos” con peso de 245 y 200 gramos. El mayor lleva una decoración del mismo tipo que la de los brazaletes: semiesferas, rosetas encapsuladas. El menor con una decoración semejante a la de los colgantes del collar, a base de pequeños filetes.
Hay un
repertorio muy concreto de objetos: 2 brazaletes, un maravilloso collar, 2
pectorales, y 16 placas, realizados todos según un proceso técnico que
incluía el fundido a la cera perdida, el laminado, troquelado y soldado de las
joyas, con engastados de turquesas y piedras semiprecisosas. Todo el conjunto
es probable que fuera enterrado un depósito ritual de ofrendas, de ahí su
afortunada localización arqueológica.
En palabras
de profesor Juan de Mata Carriazo, primer estudioso del hallazgo: “Un tesoro
digno de Argantonio”, si bien también es cierto que el Tesoro del Carmabolo es
más una muestra de arte fenicio que propiamente tartéssico.
fUENTE ; IGNACIO MARTÍNEZ BUENAGA (CREHA), y otras de la web.
Museo Arqueológico de Sevilla
Museo Arqueológico de Sevilla
Tengo una duda muy grandeeee!! el bronce de carriazo pertenece al tesoro del carambolo? Graciaaas!
ResponderEliminarEl bronce de Carriazo, aunque es tartesico, no se considera parte del Tesoro del Carambolo en el que todas sus piezas son de oro, el bronce de Carriazo se supone que era parte del atavio del bocado de un caballo, gracias por comentar.
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